Desde una libreta de proyectos…

Y resulta que el extremo de la especulación da, a veces, argumentos a la práctica…

Paul Valéry. Eupalinos

La primera vez que supe de su obra era un núcleo potencial dentro de una libreta negra de tapa dura. Venía a verme porque se lo había aconsejado su amigo y gran artista Torres Monsó, pero en lugar de desplegar un montón de información, imágenes, catálogos, dossiers…, solo llevaba bajo el brazo ese volumen frágil y estratégico al mismo tiempo para entender el mismo acto de proyectar. Y fue desde aquí, desde el papel, desde unas páginas llenas de dibujos y escritos, que estiramos su exposición “Egipto” como catalizadora de toda una forma de vida siempre en proceso.

La base era un espacio libre de formas que partía de unas relaciones geométricas. Desde ese núcleo de construcción, la plaza devenía una ciudad con tres puntos esenciales: el terrenal, el metafísico y el de reciclaje, simbolizado por el hombre. Todo un sistema articulado con notas, maquetas, objetos… Y la libreta de proyectos era el elemento que nos permitía reseguir todas las estructuras formales posibles (una plaza, una mesa, una silla, un jarrón…), porque en su visión todas las cosas son sensibles las unas a las otras. No se trata de situar un volumen más en el espacio sino de hacerlo nacer en función de una narrativa donde permanece implícita la metáfora de la existencia, el sueño de transformar el mundo configurando una ciudad de ciudades utópica, porque al margen de sus posibilidades de realización, el proyecto y la maqueta son obras en sí mismas.

Cuando Torres Monsó le conoce en un taller tronado, compartido y sin muchas condiciones, queda gratamente sorprendido. La amistad se produce con rapidez, seguramente por una “cuestión de química pura”, a pesar de que tienen cosas en común, unos nombres, unas preferencias… Al situar su actitud creativa, escribe: “Hay gente que es muy rápida trabajando, que es muy hábil, y otros que elaboran las cosas lentamente, que divagan, que se van por las ramas y que podrían alargar, transformar, madurar una obra eternamente. No sé si se podría decir que son utópicos, no tocan demasiado de pies en el suelo y de las cosas prácticas pasan bastante. […] Pep Admetlla pertenece al segundo grupo. No sé si es bueno o malo, pero es así. […] No tengo ni puñetera idea de cómo se irá desarrollando el futuro de Pep, no soy ningún vidente para preverlo, ni soy quien para dar ningún consejo, que tampoco creo en los consejos ni por otro lado me los piden. Aunque sí pienso que, de lo que he visto de él hasta este momento, lleva mucha marcha de la buena y que no es la amistad que me hace decirlo. Al tiempo.”.1

El tiempo constata y demuestra. Esta exposición, sin ser una antología exhaustiva, sí nos da las pistas de una trayectoria que, a modo de un poliedro, se multiplica. Y su proyecto, como fuente de un proceso vital (escultura, dibujo, diseño, pintura, arquitectura, anatomía, ciencia, Rilke, Vesalio, Piranesi, Valéry, Calvino, Pärt…), nunca tiene un final, no crece como una forma lineal sino como pensamiento abierto a diferentes dimensiones. Expresa, en definitiva, que el mundo del arte es un núcleo de relaciones y asociaciones donde los límites con las demás disciplinas no existen.

Primero fue Egipto, un diseño de arquitectura proyectada, de construcción y organización del espacio, de polivalencia y versatilidad de las formas, y ahora es Venecia, como si fuera un círculo que nos lleva de nuevo al inicio, a las ciudades invisibles de Calvino, justo en ese punto donde desaparecen los órdenes, las jerarquías, y se borran las fronteras estáticas entre disciplinas. En el fondo siempre emerge la actitud que cuestiona nuestros comportamientos y palabras, la manera de enfrentarnos al mundo.

Glòria Bosch