Una muy breve introducción al método de Pep Admetlla

Primera ojeada —furtiva— a su estudio: libros y maquetas. Palabras y procesos, pautas y búsqueda, modelos y especulaciones, literatura y proyectos. Todo mezclado como formando casi una unidad al principio inseparable. Segunda ojeada que deviene poco a poco un primer esbozo de mirada: una biblioteca compacta, selecta e interdisciplinaria como telón de fondo, y un montón de maquetas dispersas por todas partes entre rollos de papel vegetal que invaden todo el primer plano. He dicho maquetas, aunque también me podría haber referido a artefactos, poemas objetuales, esculturas o incluso arquitectonas. Solo después los ojos descubren, medio escondido, un tercer elemento que lo enlaza todo: las libretas, los cuadernos de notas o de bitácora, en los que el navegante consigna, dibujando y escribiendo, las vicisitudes de cada uno de sus inciertos periplos: atmósfera, rumbos, vientos, velamen, embate, potencia, balanceo, celaje, descubrimientos o asociaciones de timonero tan diligente como arriesgado en su toma de decisiones.

Una visita al estudio de Pep Admetlla es sumamente estimulante y convincente a la vez. Tienes la impresión de poder entrever, dispersos aunque concretos o encarnados, muchos de los meandros, repliegues y circunvoluciones de su mente. De vez en cuando, también algún destello o iluminación fulgurante. Es como asistir, en diferido, al espectáculo de un buen puñado de procesos de creación de los que nos quedan terrones de reflejos o reflexiones, rastros, huellas varias, una serie de notas y anotaciones que nos permiten reseguir y visualizar sus arduas exploraciones.

Una tradición múltiple —literaria, artística, filosófica, arquitectónica— saqueada y revitalizada. Un saber —artesano— activado. Un conocimiento —científico y tecnológico— que cuando cabe también interviene y mete baza. Memoria, saber e intuición retroalimentados de manera exponencial. Así las cosas, el de exploración es sin duda el concepto que más se aviene al tipo de búsqueda que, una y otra vez, él emprende, como quien dice, in media res, ante un encargo cualquiera o propuesta. Como un ignorante que sabe muchas cosas, o como un no-creyente al fin y al cabo muy creyente, Pep Admetlla se atreve a desafiarlo todo y plantearse de raíz las cuestiones —o los objetivos— más ambiciosos y a la vez escurridizos: ¿qué son la poesía, la luz, o el tiempo?

Detrás de cada una de sus indagaciones se produce una movilización neuronal instantánea y absorbente de la que dan fe esos cuadernos donde podemos asistir —si queremos— al conjunto de probaturas, errores, descubrimientos, digresiones, pérdidas, reconocimientos y variaciones que llevan al artista a la cristalización final de una propuesta, un esbozo, una maqueta, un artefacto, un poema objetual. Algunos procesos acaban en esta fase y permanecen para siempre prisioneros de sí mismos, autistas y autárquicos a la vez. De aquí el aire saturado de tensiones —y cortocircuitos— que se respira en su estudio, el reino de una potencialidad en suspenso. Otras avanzan, sin embargo, hacia alguna forma de realización artística, escultórica, arquitectónica e incluso urbanística, y entonces vemos cómo la subjetividad más radical invade el espacio público: lo contamina y lo transforma. La obra ha conseguido su punto álgido de crecimiento y maduración. Por eso ya no es del artista sino que nos pertenece a todos: forma parte de nuestro paisaje mental y físico. La reencontramos en calles, plazas, capillas o museos donde él ha intervenido y nada será como era. El artista más antisistema ha encontrado finalmente su encaje.